
Despertamos con las calles recién lavadas, aún mojadas. Pasamos la mañana metidos en el Palacio de la Aduana convertido en doble museo: el Arqueológico y el de Bellas Artes. El resultado es bueno, al fin y al cabo es la historia de lo que el hombre ha creado desde
la Prehistoria hasta las Vanguardias. Desde que el hombre se dedicaba a pintar animales hasta que solo se pintaba a sí mismo y sus objetos cotidianos. Extraño progreso. Son las primeras salas, para mí, las más interesantes. A medida que avanzamos, voy perdiendo interés. Cuando llego a esos cuadros ya pocos me conmueven, quizá errado en pensar que su destino era esta especie de templo.
Comemos por casualidad y de maravilla en un local pequeño llamado La Antxoeta, entre la Alameda y el puerto. Comida elaborada con muchos sabores y texturas: ensalada de vieiras, bacalao y arroz negro con calamares y carpacio de gambas. Estupendo.

Finalmente el agua que cae del cielo lo disuelve todo. Las chirigotas se deshacen y todo el mundo se va a su casa. Vemos a diez sanjosés y unas cuantas vírgenes corriendo bajo la lluvia. Las coronas se agitan con unas palomas, supongo que espíritus santos, agarradas.